El patrimonio involuntario del muelle Barón

Por Alvaro Benavides


La brisa salada del océano me llevó hasta ese sector de Valparaíso, cerca de la Caleta Portales y los galpones eternamente abandonados frente al mar.




Un lugar de descanso y reflexión para humanos, gaviotas y lobos marinos por igual.

No es posible ser porteño y no haber divagado sobre el pasado, el presente y el futuro al menos una vez frente a esa puesta de sol mitológica.


En ese espacio abierto y pacífico el tiempo se detiene y las emociones fluyen al ritmo embriagador de las olas. Amigos, parejas y familias ocupan sus tardes con ese silencio que llena. Sólo estar.


Me senté en las rocas, frente a esa especie de monumento megalítico involuntario donde conviven todos los animales marinos de la costa, junto a muchas personas enfrascadas en la misma contemplación respetuosa de ese santuario legado del terremoto del ’85, presumo.


No es legalmente monumento patrimonial, por ende nadie está resguardando su preservación, como se hace con muchos otros lugares en Valparaíso. Así que es muy posible que un día próximo, por el impacto constante de las olas, se caiga, y tanto los humanos como los animales pierdan ese segundo hogar que habían hecho suyo.


Esa imagen, ese paisaje, ese espacio en el puerto hace más parte de la vida de la gente que la mayoría de los vestigios materiales que se conservan como patrimonio. Es algo que heredamos e hicimos nuestro por un influjo natural, no impuesto.

Pero como tantas otras cosas en nuestra cultura, parece que estamos esperando que se lo lleven las olas, o el próximo proyecto de shopping center.


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