Campamento renacer, o la desobediencia civil en el siglo XXI

Por Alvaro Benavides

Hace menos de 2 semanas me contactó una estudiante de la universidad de Chile para invitarme a participar como artista en un proyecto de ocupación del espacio público sin líderes ni afiliaciones políticas que se había instalado en pleno paseo Bulnes.


Fui de inmediato a pasar un día con ellos.



El campamento Renacer, en palabras de algunos de sus participantes, es un espacio de enseñanza y autogestión. Una invitación a salirnos del individualismo y crear comunidad.

En cuestión de minutos los y las habitantes de esta pequeña nación me hicieron sentir bienvenido a una comunidad que pisaba detrás de grandes movimientos de okupación pública como Occupy Wall street en EEUU, el movimiento de los Indignados en España, el Nuit Debout en Francia, el Occupy Gezi en Turkía, la Revolución Naranja en Ucrania, y un largo etc.

Había ley seca. Talleres gratuitos abiertos a los vecinos del sector y a quien quisiera. Proyección de documentales, música en vivo, una biblioteca comunitaria abierta a todos, etc. Y todo eso les había conseguido mucho apoyo de la gente. El cuaderno de firmas de los transeúntes y vecinos en apoyo a la ocupación estaba repleto.


Al llegar la noche y bajar la afluencia de transeúntes, llegó la policía a desalojar el campamento. Al parecer por iniciativa propia, no de las autoridades, en relación a la ordenanza municipal n°59, artículo 69, “acampar en la vía pública”.

Tuve que ver el desmantelamiento del campamento piedra por piedra.



Así que esa noche tuve que hacer la abrupta transición al Chile de siempre. Ese Chile con más burocracia y más problemas también. Pero fui a verlos un par de días después, y tal como su nombre lo dice, los encontré habiendo renacido y vuelto con más fuerza. 


Pasé otro día completo con ellos. Viendo las horas desenvolverse entre este frío de comienzos de julio, y un aire en el que se respiraba un sentimiento fraternal.



Desgraciadamente, al llegar la noche, nuevamente tuve que vivir un desalojo efectuado por el cruel brazo armado de la ley.

Cada uno de los y las jóvenes que acampó fue multado y sus cédulas de identidad retenidas, y lo mismo hicieron conmigo y otras personas que ni siquiera acampamos, sólo por estar ahí y apoyar.


Más rápido que el pensamiento nos habían quitado las cédulas y las habían reemplazado por muy explicativas multas: los rostros idealistas de los jóvenes no fueron suficientes para hacer dudar a la fría maquinaria burocrática que castiga las ideas peligrosas.

Esto es la desobediencia civil. Transitado antes por nombres tan altos como el de Gandhi, Thoreau y Luther King, es un camino muy duro y muy difícil. Pero también muy hermoso.

Y quizá, como su nombre lo indica, el campamento de nuestros indignados también renacerá.

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